La extradición y la puesta entre las rejas de Alejandro Toledo puede ser vista como “un expresidente más que termina en prisión”. Pero las cosas no son tan sencillas en este caso. No es como la puesta en prisión de Alberto Fujumori o la de Pedro Castillo. Si bien en los tres casos hay denuncias penales, la dimensión simbólica de la prisión de los tres expresidentes es diferente, en lo que a la democracia se refiere.

Fujimori y Castillo comparten el haber puesto entre paréntesis la democracia en el Perú. Ambos dieron un golpe de Estado y disolvieron las instituciones de la democracia peruana, comenzando con el Congreso de la República. La diferencia entre Fujimori y Castillo es que mientras el primero contó con el apoyo de las FF.AA., el segundo las tuvo en su contra.

Frente a ambos presos en Barbadillo, el expresidente Toledo apareció en la escena política nacional liderando una gesta (simbólica y real) de recuperación de la democracia y que se encausó en el marco de la caída de la dictadura instaurada por Fujimori. En el imaginario de la sociedad peruana, la «Marcha de los Cuatro Suyos» se encuentra asociada con el regreso a la democracia. Pero, a los pocos años, esa misma sociedad encontró que la democracia que se había conquistado se encontraba envenenada. La persona de Toledo comenzó a ser la representación de una democracia encorvada y sometida a la corrupción.

Ciertamente Toledo no prometió (ni era garantía de) eliminación de la corrupción en el país. Pero lo que hizo fue ofrecernos una democracia que continuaría con el modelo económico instaurado por Fujimori, pero puesto «en piloto automático» y una democracia ahogada por el alcohol y la inconsistencia personal. Toledo se convirtió en el paladín de la democracia y la esperanza para la sociedad peruana, no por sus virtudes, sino por la resignación de la misma sociedad. El Perú estaba tan maltrecho que no pudo sino aceptar lo que Toledo ofrecía. De hecho, la situación de la democracia peruana hoy confirma lo que en ella se ha ido construyendo: un sistema híbrido entre democracia y dictadura, tal como lo ha señalado la prestigiosa revista The Economist.