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LA NATURALIZACIÓN DE KANT, EL ESCEPTICISMO Y EL PARTICULARISMO MORAL

Publicado: 2020-08-25



El filósofo estadounidense Robert Brandom ha presentado cómo es posible naturalizar el concepto kantiano de razón, a fin de aprovechar las ideas de Kant para el debate contemporáneo (Brandom, 2013). Ahora bien ¿qué se entiende por «naturalizar» y cómo es posible «naturalizar» a Kant? Por «naturalizar» Brandom entiende reemplazar a Newton por Darwin y la termodinámica como base de modelo científico que se encuentra en el trasfondo del pensamiento filosófico. Mientras que Newton presentaba la realidad física fundada en leyes universales, la termodinámica se centra en las bases estadísticas de la misma. A su vez, mientras que Newton pensaba en una experiencia atravesada por regularidades firmes, Darwin le otorgó un sentido diferente a la experiencia. Ahora se trata de un terreno que se encuentra sujeto a la transformación de los seres que se encuentran en ella. Así, la concepción de experiencia asumida por los empiristas de los siglos XVII y XVIII es estática, en cambio la concepción darwiniana de la misma es dinámica.

Naturalizar a Kant significa trasladarlo del paradigma de la ciencia newtoneana al de la termodinámica y el darwinismo. Brandom señala que esto es posible reemplazando las leyes universales por reglas dinámicas, y para ello encuentra en la «apercepción» un camino adecuado. Es en dicho concepto kantiano en el que el filósofo pragmatista encuentra un doble giro que es normativo y pragmático a la vez. La apercepción kantiana es el proceso por el cual los juicios ganan coherencia unos con otros. Al buscar la misma coherencia de la razón, los juicios se van equilibrando y modificando de manera que se les impone exigencias normativas., debido a que este juego implica el compromiso con el sujeto con la coherencia de sus juicios. Algo análogo sucede con las acciones, que van buscando también mayor coherencia. Esta exigencia de coherencia hace que la relación de los juicios en la apercepción sea dinámica en vez de estática (Brandom, 2013, p. 108).

Con esta naturalización de Kant sucede que el pragmatismo va ganando algo adicional (que estuvo presente del Pierce, pero que con James y Dewey se perdió). Se trata del giro semántico en el lenguaje. Mientras que Pierce se centra en la lógica y la semántica, lo que hace James es centrarse en el uso de la creencia (es decir, en la pragmática). Con ese golpe de timón, James genera el mismo efecto de Wittgenstein en el campo de la filosofía del lenguaje. En las Investigaciones filosóficas la idea del uso del lenguaje se expresa bajo la forma de los juegos de lenguaje, donde la semántica y el compromiso lógico-inferencial deja su sitio al uso del lenguaje. En resultado es el que consiguió antes Hume con su ataque a la razón: el intercambio de razones entre un juego de lenguaje y otro se torna inviable debido a que éstos se encuentran sujetos a una autoridad externa a la razón que articula las prácticas y los usos del lenguaje dentro de cada juego. La filosofía analítica, en cambio, especialmente a partir de Frege, mantiene la relevancia de la semántica y la lógica inferencial en el lenguaje, lo que hace posible que el intercambio de razones pueda ser permanentemente fluido. Este giro semántico fue retomado por Quine y fue reintroducido en ciertas versiones del pragmatismo(Brandom, 2013, pp. 117–120).

De esta forma, el intercambio de razones se abre paso en una vertiente del pragmatismo que Brandom recupera y que se acerca de nuevo a Kant, después de haberlo naturalizado. Así, el pragmatismo de Brandom se acerca a las concepciones kantianas contemporáneas representadas por O’Neill, Korsgaard, Scanlon y Forst, entre otros. Lo que está en juego en todo esto es lo siguiente: en qué reside la autoridad ¿en el intercambio de razones o en algo que es externo a las razones? Como veremos cuando examinaremos los trabajos de O’Neill sobre la diferencia entre el uso público y el uso privado de la razón, la pregunta por dónde reside la autoridad tiene que ver si la argumentación y el intercambio de razones tiene su fundamento en la razón en tanto que fuente autoritativa (y fundamento de la comunicación), o si ésta (a saber, la autoridad) reside en algo externo a la razón, como son la autoridad civil, la religiosa, los mandatos de la tradición o los sentimientos morales- Brandom y los kantianos contemporáneos afirman que en lo primero. En cambio, Hume, James, Wittgenstein y sus respectivos seguidores, señalan que en una autoridad externa a las razones. En esta segunda línea de pensamiento, el escepticismo ante el carácter normativo de las razones es fuerte y ha penetrado en muchas disciplinas, comenzando por la filosofía moral.

De esta manera, como señala O’Neill, los escépticos contemporáneos beben de la respuesta que Hume dio a la quiebra del orden metafísico tradicional del mundo, tanto griego como medieval. Tanto Platón como Aristóteles eran universalistas y pensaban que su concepción del mundo, de la persona y de la ética era universal (O’Neill, 1996, pp. 11–12). Esto era así, porque el trasfondo metafísico del mundo que compartías era unitario y pensado como universal, de tal manera que quienes no compartían esa visión del mundo, de la persona y de la ética estaban simplemente equivocados. Posteriormente, Platón y Aristóteles siguieron siendo interpretados de manera universalista. En el caso de Platón, esta interpretación fue llevada a cabo por el neoplatonismo tanto de Plotino como de San Agustín. El último afirmaba, sobre una base neoplatónica, que el cristianismo se constituía en la forma de vida y en la filosofía verdaderas. Con la recuperación de la ética aristotélica, autores medievales como Tomás de Aquino asumieron que las virtudes eran universales.

Con la quiebra del orden unitario del mundo iniciado por Lutero y la Reforma Protestante y continuado por la modernidad, los esfuerzos por recuperar una fuente de la normatividad pasaron por cuatro esfuerzos: el voluntarismo, el realismo, el asentimiento reflexivo y la apelación a la autonomía. Estos esfuerzos se encontraron el efecto que produjo la revolución científica moderna que quebró la imagen del mundo en el cual se asentaba la excelencia natural a la vida humana y nos colocó ante una nueva situación en la cual el valor debía colocarse en el mundo por medio del arte bajo la forma de obligación. Es en ese contexto en el que surge la pregunta normativa que apunta al por qué una obligación tiene la capacidad de obligar realmente y erigirse en norma (Korsgaard, 2000, pp. 14–17). El voluntarismo, expresado por Pufendorf y Hobbes señala que “la obligación tiene su origen en el mandato de alguien que tenga una legítima autoridad sobre el agente moral y por ende puede hacer leyes para él” (Korsgaard, 2000, pp. 32). El realismo, en cambio, fue defendida por Clarke y Price en el siglo XVIII, y por Prichard, Moore y Ross. En el siglo XX. El realismo señala que “las exigencias morales son normativas si son verdaderas, y son verdaderas si hay entidades o hechos intrínsecamente normativos a los que describan correctamente” (Korsgaard, 2000, pp. 32–33).

Tanto los voluntaristas como los realistas afirmaban que la fuente de la obligación se introducía en las personas desde fuera, en cambio, el asentimiento reflexivo y la apelación a la autonomía señalan que la obligación brota del interior de éstas. Los defensores del asentamiento reflexivo, como Hume, Hutcheson, Mill, Singer y Williams, señalan que el fundamento de la obligación se encuentra en el interior de la naturaleza de los seres humanas (ya sea en los sentimientos morales, en nuestra naturaleza en tanto que seres sintientes o en la mente de estas por medio del proceso de socialización). Finalmente, la apelación a la autonomía fue defendida por Kant y señala que la fuente de la normatividad de la obligación se encuentra al interior de la razón (Korsgaard, 2000, pp. 32–33).

Los defensores del asentimiento reflexivo lograron una gran popularidad y lograron colocar difundir el escepticismo ante la razón ante cuestiones morales. En este punto, el ataque de Hume contra la razón en cuestiones normativas fue decisiva, cuando afirmó que “la Razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones” (Hume, 2000, p. Libro II, parte III, sec.III). Este escepticismo ante la razón generó una concepción particularista de la moral que se constituyó en la clave en la que comenzó a entenderse a Aristóteles. Al mismo tiempo dicho particularismo fue abrazado por Wittgenstein debido a su centralidad en la pragmática del lenguaje y su marginalidad de la semántica (Brandom, 2013, pp. 117–120; O’Neill, 2002, pp. 12–13).

Brandom, R. (2013). From German Idealism to American Pragmatism – and Back. In S. Bacin, A. Ferrarin, C. La Rocca, & M. Rifing (Eds.), Kant und die Philosophie in weltbürgerlicher Absicht. Akten des XI. Internationalen Kant-Kongresses (pp. 107–126). https://doi.org/10.1515/9783110246490.107

Hume, D. (2000). Tratado de la naturaleza humana. Obras Fundamentales de La Filosofía.

Korsgaard, C. (2000). Las fuentes de la normatividad.  Original publicado en 1996.

O’Neill, O. (1996). Towards justice and virtue. A constructive accountof práctical reasoning. Cambridge: Cambridge University Press.

O’Neill, O. (2002). Towards justice and irtue. A constructive accound of practical reasoning. Cambridge: Cambridge University Press.


Escrito por

Alessandro Caviglia Marconi

Filósofo. Profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.


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