Una de las características de los liberales, especialmente desde Hume, es la desconfianza a la metafísica y a la idea del bien para los seres humanos. Este rechazo se justifica por la caída de los órdenes tradicionales basados en una metafísica clásica (como la expresaban Platón y Aristóteles) o religiosa (como la del cristianismo tradicional). Dicha desconfianza alcanzó tanto a los poderes de la razón como a la posibilidad de la comunicación por medio de razones. Es por ello que los liberales han tenido como agenda central tanto la libertad de expresión como la tolerancia de la misma, entendiendo esta expresión como un derecho individual que se la muestra de lo privado e íntimo. Extensiones de este razonamiento lo encontramos en la revaloración – no mediada por la metafísica – que los llamados comunitarista han hecho de las tradiciones culturales y religiosas, o en de la individualidad, llevada a cabo por los postmodernos. Ciertos grupos feministas también se han ubicado de este lado, al igual que el “ecologismo cultural” y los defensores de determinadas versiones de la EIB.

Todas estas agendas tienen en común la desconfianza de la razón y de la comunicación de razones. En cambio, Kant y los republicanos que se inspiran en él han valorado el “uso público de la razón” que se encuentra centrado en el intercambio de razones. A diferencia de los liberales humeanos, los kantianos contemporáneos consideran que lo importante no radica en la libertad de expresión (de la cultura, el género, la religión, entre otras cosas) sino en la comunicación de razones cuyo discurrir se puede seguir y aceptar porque es susceptible de escrutinio racional. La desconfianza frente a las razones conduce a los humeanos rechazar la autoridad de la misma razón que se encuentra en el corazón de la comunicación y a reemplazarla por la autoridad de las tradiciones o de los dogmas puestos arbitrariamente por algunos sujetos. De esta manera, el republicanismo de raigambre kantiana permite el correr de la libertad del uso público de la razón de manera irrestricta, “la más inocua de las libertades” (Kant, 1784) y permite el intercambio fluido de razones.