EN MEMORIA DE CIRO ALEGRÍA VARONA
El domingo 17 de mayo nos dejó Ciro Alegría Varona, a las 59 años de edad. Su partida repentina ha enlutecido inevitablemente la escena filosófica nacional e internacional y también al mundo intelectual en Perú. Para quienes fuimos sus amigos, sus colegas y sus estudiantes, su pérdida deja un vacío profundo.
Formado en el Colegio SS.CC. Recoleta, se dejó inspirar por el Padre Hubert Lassiers. Luego, fue un destacado estudiante de la carrera de filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Terminado su bachillerato (con una tesis sobre San Agustín), partió a la Universidad Libre de Berlín, donde se conectó con las ideas de Theodor Adorno, de Hegel y Kant. Estas fuentes principales de pensamiento fueron madurando una síntesis sugerente que desembocó en una teoría sobre las bases normativas de la reciprocidad. En los últimos años, este territorio de pensamiento desarrollado por Ciro entusiasmó a quienes formábamos parte de su círculo más cercano de investigación, el Grupo de Investigación de Filosofía Social (GIFS). Inspiró mi propia investigación doctoral sobre una concepción kantiana del republicanismo que surge desde la sociedad civil, que contempla las idea de que en el mismo corazón del republicanismo se encuentra activa el principio de reciprocidad.
El carácter de Ciro ya ha sido reseñado suficientemente en estos días. Tanto Salomón Lerner como Pablo Quintanilla lo han presentado bien. Mi experiencia de amistad con él data de 1998. Yo apenas había podido terminar mi accidentado bachillerato en filosofía en la PUCP y tuve la oportunidad de conocerlo cuando fui a su oficina para conversar sobre mis ideas para una tesis sobre la filosofía política de Kant. Esas conversaciones me dejaron dos impresiones muy claras: la primera es que por momentos sus reflexiones se volvían bastante difíciles de seguir, por la capacidad que tenía de hacer conexiones entre las cosas y las ideas; la segunda es que era una persona dispuesta a acoger, con una increíble capacidad de escucha, comprensión y de de un valor moral centrado en el respeto en la dignidad de cada persona. Si bien lo primero me generaba cierto temor (me preguntaba si lo podría entender lo que me diría en el caso de escogerlo como asesor), pero a la vez me inspiraba una gran confianza. Finalmente, le pedí que asesorara mi tesis, y después la de maestría y la de doctorado.
Con los años entablamos una profunda amistad basada en el aprecio y el respeto mutuo. Un día, entre el 2000 y el 2001 él me mostró el formulario para aplicar a una beca para personas que por algunas razones habías perdido oportunidades en la vida y cuándo le pregunté porqué me la mostraba a mí, su respuesta me sorprendió por que mostraba su capacidad de observación y de comprensión de las personas. Él me dijo que por mi condición, seguramente había perdido oportunidades valiosas para mi desarrollo personal y que calzaba perfectamente en los requisitos.
La última conversación que tuvimos por teléfono, a pocos días de su súbida desaparición, hablábamos sobre la estructura de mi tesis que ya había terminado de escribir durante el verano. Conversamos sobre las ideas de Onora O´Neill, a quien tanto él como yo estabamos descubriendo con cierta fascinación. En esa conversación, él estaba reparando en el término “followable” (seguible, o algo así) que la filósofa británica utilizaba para referirse a la estructura de la moral kantiana, basada en la idea de razones que se pueden seguir, como cuando uno le dice al otro “hasta aquí te sigo” respecto del decurso de la argumentación. Después de escucharme respecto de la estructura que tenía mi tesis que él estaba comenzando a revisar, me dijo que le parecía sorprendente y loable el que yo esté defendiendo el a priori kantiano y que se encontraba muy estimulado para seguir revisando mi trabajo. “Tienes una forma de presentar tus ideas que resulta muy convincente”, me dijo. Mi argumentación le pareció “followable”.
A la luz de esa última conversación, podría decir que mi relación con Ciro estaba marcada por la experiencia de lo “followable”. Cuando lo conocí en el 98 me preguntaba si podría seguirlo en sus razonamientos. Y, poco a poco seguimos en una relación de amistad y de aprendizaje mutuo. En una oportunidad, fui a visitarlo a su oficina y le dijo a un estudiante que allí se hallaba “te presento a Alessandro Caviglia, mi maestro en Kant”. Eso me causo bastante gracia, porque no me pensaba como maestro de Ciro en algo. Pero también pensaba que el hecho de asesorar mi tesis sobre Kant lo había introducido más decididamente en las ideas del filósofo alemán.
Hace un año y un poco más – y con esto quiero terminar – lo encontré en los pasillos de la PUCP. Yo había tenido un mal día, pero me saludó diciendo “la amistad es algo raro de encontrar en este mundo”. Mi relación personal con él fue sin duda algo muy importante. Él fue quien me formó filosóficamente y me apoyó mucho. Un gran cariño y respeto marcaba nuestra amistad. Una vez contó que su Doktorvater había influido tan decisivamente en él, que experimentaba la sensación de que en su pensamiento era el desarrollo de lo que su maestro le había dejado. Puedo decir que he sido afortunado por lo que Ciro Alegría Varona le aportó a mi vida.