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LA UNIVERSIDAD AUTORITARIA

UN TESTIMONIO VALIOSO RESPECTO DE LA UCV

Publicado: 2016-01-29


El profesor universitario y filósofo, Carlos Quenaya, me ha pedido que publique su testimonio como trabajador en la Universidad César Vallejo. Este testimonio muestra cuál es la manera de proceder de César Acuña, quien se encuentra acusado actualmente de haber cometido plagio en su tesis de doctorado y en otros textos de su autoría. Pero, por otro lado, este importante testimonio  da cuenta de el proceder en general de las llamadas universidades empresas y nos debe conducir a una reflexión profunda respecto de preguntas como ¿qué significa educar?, ¿cuál es la finalidad de las universidades en una sociedad democrática? y ¿cuál es la relación entre la universidad y la política?  Necesitamos emprender esta discusión, aunque es claro que los poderes fácticos y los intereses políticos se oponen a ello.  

"La Universidad autoritaria

Carlos Quenaya

Durante tres ciclos fui parte de la milicia de profesores de la Universidad César Vallejo (2011 II, 2012 I y II). Fue –ahora lo veo así– una experiencia aleccionadora, un rito de iniciación en el delirante sistema neoliberal universitario. Yo, que venía de haber estudiado en dos universidades públicas, creía que la política era básicamente asunto de pseudomarxistas y oportunistas sin vocación académica. Sin embargo, haciendo las sumas y las restas, pienso que le debo a esta Universidad el haber despertado de mi sueño dogmático. Enseñando allí pude darme cuenta del enorme trabajo que cuesta mantener la ilusión de calidad bajo la consigna de la educación como negocio.

En la Universidad César Vallejo –al menos en la que yo conocí– se presentan todos y cada uno de los rasgos típicos de las universidades-empresa, aunque con una radicalidad que no carece de matices propios. En primer lugar, el abierto reconocimiento de ser, por definición, una empresa y prestar, por lo tanto, un servicio (la enseñanza) a sus clientes (los estudiantes) a través de sus empleados (los profesores). De lo que se trata, por lo tanto, es de captar el mayor número de estudiantes. El medio para hacerlo es, además de las permanentes campañas de marketing y labor social, el relajamiento de cualquier exigencia académica, acompañado de una actitud paternalista hacia los alumnos.

En segundo lugar, la generalizada transformación del profesor en burócrata –sistemática dolencia de la educación superior actual– cobra allí inusitada fuerza. El guion de la clase escrupulosamente fijado –que prescribe cada una de las acciones pedagógicas durante las horas lectivas–, el banco de diapositivas que deberá proyectarse religiosamente, las horas invertidas en elaborar cuadros, estadísticas y materiales virtuales, así como los continuos monitoreos para supervisar el cumplimiento efectivo de cada una de estas tareas ocupan en gran medida el tiempo y las energías de los profesores, los cuales –si esperan mantener su trabajo– deberán tornarse predecibles, uniformes, laboriosos y mansos.

Un sistema de obediencia y vigilancia severa son los efectos de una desconfianza raigal en el docente, cuya libertad y criterio propios son una amenaza para el funcionamiento de la Universidad. El objetivo del control es, claro está, la calidad educativa. Es cierto que se trabaja mucho y que hay una preocupación inusual por mejorar las estrategias didácticas. Todo lo que podría parecer meritorio. Sin embargo, bajo la óptica empresarial, todo aquello funciona como una batería de recursos persuasivos para empaquetar y vender conocimiento –el que, por supuesto, jamás se pone en duda.

Hay una nota que distingue a esta casa de estudios del resto de universidades-negocio: el culto a la personalidad de César Acuña. No sólo por su ubicuo retrato, ni tampoco, como oí alguna vez, por el “pensamiento Acuña” que venía citándose en ceremonias protocolares, sino porque, al haberse despojado de toda autoridad a los profesores y vuelto inútil la voz de los alumnos, el poder se concentra en muy pocas manos: los emisarios de la invisible presencia del fundador.

A pesar de la descripción anterior, es posible reconocer personas con talento en los diferentes espacios de la Universidad, ya sea administrativo, docente o estudiantil. Los primeros parcial o cabalmente lúcidos de su condición laboral, pero invariablemente resignados a un sistema en el que para permanecer contratado es necesario doblegarse. Los últimos –los estudiantes– casi siempre desorientados, receptivos y jóvenes, pero la mayoría sin criterios suficientes para juzgar su inaugural experiencia académica. Luego, una vez que el sistema de algún modo haya calado en ellos, probablemente menos dispuestos a hacerlo. ¿Cómo aceptar que todos los recursos y el tiempo invertidos durante cinco años fueron, al fin y al cabo, una educación no sólo mediocre, sino subordinada a los intereses mercantiles y políticos de su fundador?

La Universidad César Vallejo resume ejemplarmente las consecuencias despóticas del modelo económico neoliberal. El énfasis en los números y las estadísticas como criterio último para tomar decisiones, donde los estudiantes son clientes y los profesores empleados, vuelve superflua su condición y su labor misma; y precisamente en esto –en volver superfluos a los hombres– pensaba Hannah Arendt que residía el mal radical: en el deseo de eliminar toda impredecibilidad y toda espontaneidad humana a causa del delirio de omnipotencia de un hombre individual.

La tradición autoritaria en el Perú se sostiene en la arraigada creencia en la omnipotencia de un hombre capaz de resolver todos nuestros problemas y restaurar nostálgicamente el orden perdido. Que los candidatos favoritos de las próximas elecciones –y no sólo César Acuña– representen claramente la continuación de esta tradición política, que es al mismo tiempo la conservación del modelo económico neoliberal, debería ser motivo suficiente de alarma.

Si, como se puede leer en sus eslóganes, los que quieren salir adelante declaran ser una raza distinta o –contra todo sentido común– les importa poco si la vida es injusta, entonces no es ninguna casualidad que las universidades-empresa hayan surgido bajo el amparo del fujimorismo. Pero que una de ellas haya tomado el nombre de nuestro más importante poeta podría sugerirnos dos cosas: la omnipotencia del mercado frente al cual sucumben todos los ideales humanos convertidos en objetos de consumo o –más allá de la ironía– una llamada de atención por no haber concebido formas de acción mucho más díscolas y libres. Porque, como sabía Vallejo, a dos pasos, a uno, la dirección del agua corre a ver su límite antes que arda."


Agradezco al profesor Quenaya por haberme honrado con su confianza y solicitarme difundir su testimonio. 


Escrito por

Alessandro Caviglia Marconi

Filósofo. Profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.


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