EL BAGUAZO, LA INTOLERANCIA RELIGIOSA Y LA CORRUPCIÓN DE LA RELIGIÓN
POLÍTICA , RELIGIÓN E INTERESES ECONÓMICOS
A seis años de los sucesos de Bagua es necesaria abordar un aspecto del fenómeno que conocemos como El Baguazo, a saber, los discursos tanto de intolerancia religiosa como de corrupción de la religión. Dos libros importantes han surgido, de manos de intelectuales estadounidenses, sobre estos temas. El primero es El abuso del mal de Richard Bernstein y el otro es La nueva intolerancia religiosa de Martha Nussbaum. El libro de Bernstein tiene, además, un subtitulo sumamente sugerente: La corrupción de la religión y de la política desde el 11/9. A veces puede suceder que las formas de intolerancia religiosa se realicen desde un grupo religioso que, en nombre de una comprensión corrompida de su misma creencia religiosa, decide ser intolerante con otra religión. El mundo contemporáneo nos ha mostrado que una de las fuentes de corrupción de la religión es la política. Pero además, la escena contemporánea nos ha dado pruebas feasientes del modo en que la los intereses económicos han terminado por corromper la política en un país y en el mundo, especialmente en contextos de globalización.
En el contexto del Baguazo, el entonces presidente Alan García, pronunció dos discursos que merecen ser presentados y analizados. Uno de ellos fue dicho en el contexto del Día de la Bandera:
"Esa sólo una larga y la misma lucha la que vivimos defendiendo a la patria de sus adversarios. ¡¿Qué pasa con nuestra patria que no defeinde lo fundamental, que es su avance, que es su progreso envidiado por otros pueblos?! Hemos sufrido una agresión que es producto de una conspiración, que es la de los que no quieren que el Perú progrese. O por sus intereses externos o por su ignorancia elemental. Yo sé que la inmensa mayoría de peruanos quiere desarrollo, quiere empleo, quiere modernidad. Ese es el país mayoritario y moderno, que tiene que oponerse a fórmulas de salvajismo y barbarie que vuelven a aparecer."
Casi dos años antes, en un artículo publicado el el diario El Comercio, titulado El síndrome del perro del hortelano, señaló lo siguiente:
"Hay millones de hectáreas que las comunidades no han cultivado ni cultivan por el tabú de ideologías superadas, por ociosidad o por indolencia."
Y a raíz de dicho artículo, comentó ante las cámaras lo siguiente:
"La ideologías absurdas, panteístas, que creen que las paredes son dioses y el aire es dios...Volver a esas fórmulas primitivas de religiosidad donde se dice 'no toques ese cerro porque es un Apu', 'no toque esos peces porque son creatura de dios', 'no me toquen a mí esta zona porque es un santuario'. Uno pregunta ¿santuario de qué? 'es un santuario, porque allí están las almas de los antepasados' ¡Oiga!, las almas de los antepasados están en el paraíso, seguramente, no están allí."
La mentalidad que se encuentra detrás de los discursos de Alan García representa una mirada despectiva de la religión del otro. El ex presidente opone el cristianismo a las religiones ancestrales de los pueblos nativos de la selva. El cristianismo sería la "verdadera religión" y la de los pueblos nativos sería una "falsa religión". Y, debido a ello, las exigencias del cristianismo deben de imponerse frente a la de la "falsa religión", cuando éstas entren en conflicto. Pero, además, la mirada que expresa García de la religión del otro es completamente equivocada. La sindica de panteísta. Y, en realidad, la religión de los pueblos nativos de la selva no es panteísta, sino que considera como sagrados ciertos lugares específicos y no toma la naturaleza.
Ciertamente, cuando uno abraza una creencia religiosa la considera "verdadera" y establece una relación de tolerancia con la del otro, que no considera verdadera, Pero el discurso que representa las palabras de líder aprista no muestra tolerancia, sino intolerancia. No afirma que, para él, la religión del otro no es verdadera (que sería una consideración subjetiva, que brota de su propia creencia religiosa) sino que es objetivamente falsa (es decir, que desde la posición de cualquiera es errónea. Incluso, si los nativos viesen las cosas en su verdadera dimensión, entenderían que su religión es objetivamente falsa. Así, la creencia en que el cristianismo la verdadera religión se convierte en una certeza absoluta, y lo mismo sucede respecto de la creencia de la falsedad de la religión del otro. Desde esta mentalidad, se asume que la creencia de uno es absolutamente cierta, mientras que la del otro es claramente falsa.
Que un líder religioso radical, como los asociados al Estado Islámico, tengan este discurso es una cuestión problemática; pero el que lo asuma el presidente de una República Democrática es sumamente grave. Tal vez, en su fuero interior podría pensar como Osama Bin Laden, pero en tanto presidente no puede darse el lujo de expresarse en ese sentido. Pero este discurso tiene una base política y económica que, en vez de expresar una convicción religiosa, lo que hace es corrompe la religión misma, tanto la propia como la del otro. Corrompe la propia religión, porque la convierte en un vehículo para intereses políticos y económicos. Corrompe la del otro porque proyecta sobre ella una imagen de menor valía.
Esta imagen de menor valía de la religión del otro se expresa bajo los términos "salvajismo" y "barbarie". Frente a ello se opone los términos "civilizado" y "desarrollado". Por ello, en su discurso del Día de la Bandera pretendió hablar en nombre de los partidarios del desarrollo y la civilización. Pero el desarrollo es interpretado como desarrollo económico en el contexto de un mundo de mercado globalizado. Dicha interpretación es la de los defensores del proyecto del neoliberalismo De esta manera, la percepción de la propia religión como la del otro se encuentran corrompidas por loe espasmos producidos por los intereses de los defensores del neoliberalismo. No es casual que en su momento, el artículo que García publicó en El Comercio fuese alabado por profesores de universidades de espíritu empresarial.
Lo sucedido en Bagua hace seis años expresa muchas cosas. Y, en el caso de la intolerancia religiosa, se presenta como un síntoma de la manera en la que la penetración del proyecto del neoliberalismo económico que busca convertir a la sociedad en una sociedad de mercado inserta en un mercado global termina por corromper la religión, tanto la de uno, como la del otro.